No queda nadaya,
ni respeto,
ni valores
morales,
ni nada
-dicen-,
esto es
el acabose,
esta sociedad
está en estado
terminal
-apostrofran-;
y siguen
invirtiendo
en bolsa.
Esto es el acabose. Karmelo C. Iribarren
Desde la revolución industrial hasta aquí el modelo de producción, aunque enfocado a nuevos productos y mercados, no ha cambiado sustancialmente su estructura. Entre las empresas se suscita la competencia por los mercados; para conquistar los mercados, es necesario abaratar la producción; para abaratar la producción, lo más ventajoso es pagar salarios bajos, lo que no es difícil, ya que desde que existen las máquinas, sobra mano de obra.
El sistema sigue prometiendo amplias recompensas materiales y ofreciendo a los trabajadores la posibilidad ilusoria de aproximarse al "nivel de vida" de las clases privilegiadas a través de la carrera del consumo. Pero cuando aquéllos llegan a acceder a ciertos consumos que antes eran privativo de éstas, cuando se generaliza el consumo de agua embotellada, aumenta el consumo de carne o el uso del automóvil, es cuando curiosamente aparece una degradación de la calidad del agua corriente, o una pérdida en la calidad dietética de los alimentos, que exigen cada vez más el consumo de agua embotellada o el aporte proteínico adicional de la carne, no ya como un lujo caprichoso sino como una nueva necesidad creada por el sistema, lo mismo que la enorme extensión de las ciudades y la construcción de viviendas inhóspitas o alejadas de los centros de trabajo, empujan muchas veces al uso del automóvil como una nueva exigencia y no como un lujo de las clases privilegiadas, a pesar de su ineficacia como medio de transporte generalizado.
El neoliberalismo se presenta como el sistema económico-político más eficaz de los conocidos hasta ahora, algo incompatible con la razón si tenemos en cuenta que dos tercios de la humanidad sufren condiciones extremas de necesidad y pobreza y que el hambre sigue siendo el mayor escándalo del mundo. Si en los inicios de esta última crisis capitalista algunos ingenuos pensamos que por fin había llegado el ineludible momento de sacar a la luz la perversión de un sistema falaz que equipara progreso a consumo, nos equivocamos. La validez del sistema capitalista, teóricamente fundado en el libre mercado, sigue vigente. Ahora más que nunca el poder más rampante es el dinero y a él se somete la economía y la política. Los fanáticos del laissez faire y de la no intervención estatal en el mercado, en el colmo de la desfachatez, han conseguido hacer del Estado un instrumento servil a sus intereses. Sólo se adoptan las medidas anticrisis que gustan al sistema y que consisten en desplazar recursos de toda la sociedad a las instituciones financieras: se reducen los salarios, se empequeñecen las pensiones, se sube el IVA… y se crean fondos de ayuda para los bancos.
Tras décadas de hostilidad despiadada en todo el continente, los inmigrantes indocumentados corren el peligro de convertirse en una subcategoría de la humanidad y en un objetivo al que se puede atacar impunemente. Y existe una discrepancia manifiesta entre la cruel y punitiva respuesta europea frente a la inmigración indocumentada y las aspiraciones de la UE de convertirse en un "espacio de libertad, seguridad y justicia".
En la era de internet la transparencia es cosa sencilla. Basta con que los gobiernos cuelguen en la red sus operaciones mercantiles, su gestión económica, su contabilidad entera para escrutinio público y universal. Lo que no sea eso es trampantojo, mistificación y retórica.
Los economistas han estado siempre relacionados con la política; aunque a primera vista pudiera parecer que algunos se abstraían de toda consideración ética, en el fondo de su obra siempre pueden encontrarse prescripciones de normas económicas para la sociedad. Una actitud neutral y objetiva es insostenible.
Una de las más dolorosas consecuencias de la crisis es el desempleo. El trabajo es la fuente de obtención de ingresos de la mayoría de las familias, por eso la falta de empleo es, desde el punto de vista económico, un grave problema, y desde el punto de vista humano, un drama, un desastre personal y colectivo. Cuando las causas del paro sólo se buscan en el excesivo coste laboral, la flexibilización de los mercados de trabajo se convierte en el tema estrella del discurso político. Flexibilizar el trabajo significa moderar o anular los incrementos salariales, fomentar aún más la contratación temporal y abaratar el despido, disminuyendo las indemnizaciones y ampliando sus causas. Significa también, reducir las coberturas por desempleo y las prestaciones por incapacidad y jubilación.
En muchas empresas existe un departamento llamado de "capital humano". La expresión en sí chirría: en cuanto dices capital, ya deja de ser humano porque si prevalece lo humano, deja de ser capital. Decir capital humano es hablar en términos casi de ganado, de borregos. Y el encargado del capital humano es el que decide si quitan de aquí y ponen de allí, como quien decide un cambio de mobiliario.